En la cuarta planta del hospital San Pedro de Alcántara de Cáceres, alguien acaba de leer La naranja mecánica (Anthony Burgess, 1962). Mientras le llega el momento de bajar cinco plantas, hasta el semisótano donde está la biblioteca, el libro, de pastas duras, encuadernación cara, luce sin que nadie lo pueda tocar. Está dentro de una urna de metacrilato con cerradura, como las que hay en cada una de las plantas, junto al puesto de control de enfermería. Todas las semanas, alguien recorre el hospital de arriba a abajo vaciando esos recipientes que si hablaran, darían para escribir un tratado sobre la condición humana. La lectura cura han pintado, letras rojas sobre madera blanca, en un carrito de los que se utilizan como revistero y que ahora está aparcado en la planta semisótano, a dos pasos de las estanterías desbordadas, en un rincón alejado de las prisas y los miedos. Aquí no hay gente que espera, ni hay angustias ni miedos. Aquí no se dan noticias, ni buenas ni malas. Hasta huele distinto. Este lugar es un refugio, una isla donde los dolores se olvidan y el pulso baja. Es la biblioteca del hospital.